viernes, 15 de marzo de 2013

HISTORIADORES


Ante el deterioro de la educación, el colapso de las instituciones públicas, la decadencia cultural y la interminable recesión económica que sufrimos parece que no hay lugar para las Humanidades. En el estado actual, en la postración en que nos encontramos, los historiadores permanecen mudos. No es su momento ni parece que lo sea para la Historia. Quizá se piense que esto ocurre porque es un saber encuadrado en el ámbito de las Humanidades, es decir, está situado entre los "seberes inútiles", los que no sirven para encontrar un trabajo bien remunerado, tampoco lpara crear empleo y riqueza, ni dan dividendos ni beneficios económicos, ni siquiera curan las enfermedades. Si esto se piensa en general, pues nadie piensa que deba escucharse a un historiador, son los propios historiadores los que parecen asumir el carácter inútil de su oficio. Esto se percibe en la forma en que historiadores profesionales han diseñado la enseñanza de su ciencia. Los planes de estudios recientemente aprobados en muchas universidades españolas, muy particularmente en la Autónoma de Madrid, toman nota de esta íntima convicción y confeccionan planes de Historia que no parecen de Historia. Se trata de vender la mercancía de contrabando, los itinerarios no son cronológicos y se articulan bajo la especie de formar especialistas en "Historia y...", dando más fuerza a "y...". Supongo que de esta manera los graduados (o "egresados" como le gusta decir a los burócratas) no pasarán la vergüenza de acreditarse en una titulación desprestigiada sino en cosas más pomposas y de mayor fuste: "Mundo Atlántico", "Sociedades Mediterráneas", "Relaciones de Género", "Estudios latinoamericanos" y cosas parecidas. Resulta sorprendente comprobar que en un pasado no muy lejano, en circunstancias mas adversas que las nuestras, los historiadores eran capaces de seguir adelante con su trabajo sin desanimarse frente a una tétrica realidad circundante, convencidos de que su tarea era importante, imprescindible.





Los historiadores que vivieron en la primera mitad del siglo XX soportaron circunstancias durísimas de guerra y persecución. Sin medios, aislados, perdidas sus bibliotecas, sus cuadernos de notas y sus apuntes, pusieron todo su empeño en cumplir su cometido de investigación y docencia. Fiándose tan solo de su memoria y de los recuerdos de sus lecturas Bloch, Braudel, Febvre y tantos otros perseguidos, encarcelados  o humillados fueron capaces de reflexionar sobre la Historia, dándole un significado positivo, tanto como para combatir por ella y arriesgar su integridad e incluso su vida. Febvre recuerda su disgusto porque un historiador positivista se veía precisado en 1942 a defender la Historia; a su juicio la necesidad y la importancia de la Historia no precisaban defensa alguna, más bien había que combatir con convicción por algo indiscutible. Al mismo tiempo, Marc Bloch, escondido y perseguido, aún tuvo tiempo, en su actividad de resistencia al ocupante, de dedicarse a reflexionar y responder por escrito a dos preguntas nacidas al calor del desastre de 1940 ¿Para que sirve la Historia? pronunciada por un niño y «la Historia es mentira» expresada por un oficial de Estado Mayor confinado con él en una aldea bretona. La respuesta fue un hermoso libro que siempre aconsejo leer. En todos los casos la desazón nacía del hecho de que quienes formulaban tales cuestiones contemplaban la historia como algo inseparable a la nación correspondiéndole un papel semejante al de la teología en las religiones. Pura ideología, subjetiva, maleable y manipulable, reductible al lógico excepticismo de la pregunta de un escolar ¿como va a ser la Historia una ciencia si hay historiadores que escriben que Cataluña tiene mil años y otros que es un invento con menos de cien años?. Es esta Historia que sirve a la formación de identidades, ligada a lo memorable y a la identificación de valores del pasado con los del presente la que está fuera de juego. Pero ya lo estaba cuendo escribieron Bloch, Braudel, Febvre, Huizinga, Yates y tantos otros historiadores europeos del siglo pasado. Respondían o querían responder a dichas no como teólogos sino como historiadores que veían en el pasado las respuestas a muchas preguntas del presente, como científicos sociales. La Historia es un laboratorio de Ciencias Sociales, es el banco de pruebas, el material de experimentación con el que se pueden obtener datos y resultados empíricos. Su estudio no puede orientarse desde una agencia de colocación, tampoco como seminario para formar sacerdotes de la nación o de una clase social o de un género, ha de plantearse desde el saber. Un saber cuya presencia es indiscutible en el ámbito de todas las sociedades humanas, un saber inherente a toda civilización y que desde la Antigüedad forma parte de unas actividades cuya función va más allá de la utilidad mecánica, discutir su existencia tiene tanto sentido como discutir la poesía, el arte, la música... ¿existe alguna sociedad avanzada sin Historia e historiadores?

M. Rivero

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