miércoles, 4 de febrero de 2015

El conde duque de Olivares y los reinos de la Monarquía




En los últimos años se han realizado importantes trabajos de investigación que han puesto en duda la interpretación canónica del siglo XVII como tiempo de crisis (véase el interesante congreso que sobre esta materia prepara el IULCE). En el caso español esto afecta principalmente a la interpretación de la llamada crisis hispánica de 1640 cuyas causas se achacaban a deficiencias económicas, conflictos sociales y, sobre todo, tensiones territoriales debidas a la naturaleza “compuesta” de la Monarquía, donde fuerzas centrífugas (los reinos exigiendo más autonomía) y centrípetas (la Corte aumentando su centralidad) ponían a prueba la resistencia del sistema, que funcionaba cuando estas tensiones se hallaban equilibradas. En líneas muy simples, la figura de Olivares emergía en medio del desastre como responsable de un vano y frustrado proyecto de regeneración, imposible de efectuar dada la amplitud de su visión y las limitaciones de la sociedad española para comprenderlas y acometerlas. Las cargas fiscales exigidas para afrontar la política imperial, por una parte, y la destrucción de la autonomía para someter los territorios a la autoridad central por otra, resumen la idea más o menos común que poseemos de las causas o motivos de la crisis. Era un análisis que desarrollaba la tradición establecida en el siglo XIX por Antonio Cánovas del Castillo y Martin Hume, donde Olivares personificaba el último intento de reactivar un régimen ya caduco presentando un programa de reformas que podría haber salvado a la Monarquía del hundimiento anunciado por el endeudamiento masivo, el colapso de la producción, el estrangulamiento del comercio y el fracaso de la política exterior. Dicho plan estaba recogido en el gran memorial o instrucción secreta de 1624, sobre el que los historiadores del siglo XIX y del XX construyeron el discurso de la crisis. Era fácil fijar el alcance del fracaso siguiendo la lista de propósitos incumplidos: no se allanaron las diferencias sociales, no se reformó la fiscalidad, no se activó la economía y ni siquiera se alcanzó la unidad de España. Hubo de esperarse medio siglo más, cuando en 1700 una nueva dinastía hizo lo que no se hizo entonces. El problema de esta interpretación es que tomaba como hoja de ruta un documento que con toda seguridad es una falsificación hecha en el siglo XVIII (véase nuestro estudio en Libros de la Corte). Discutir su autenticidad no es objeto de esta intervención pero, incluso aceptando que el texto fuera contemporáneo a Felipe IV, existen dudas razonables sobre su autoría (son muchas las atribuciones), intención (no sabemos si es una colección de cartas, un memorial, una instrucción, un simple borrador, un papel recogido en una papelera…), contexto (las fechas posibles son 1621, 1624, 1625, 1626, 1629 e incluso 1635)… ni siquiera sabemos si el informe fue encargado por el rey o bien escrito espontáneamente por un servidor solícito. Por todo ello, resulta difícil responder a las preguntas básicas de ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? E incluso ¿Dónde? Dadas estas características conviene ponerlo en cuarentena y preguntarnos si hubo una hoja de ruta de naturaleza reformista o si ésta se manifiesta en algún momento. Adelanto que en mi opinión el programa de Olivares no fue ni reformista ni regeneracionista, que sus ideas de cambio eran de carácter más limitado y que para comprenderlas es preciso analizar la política iniciada en 1617, aquella que condujo a la guerra de los Treinta Años, que no fue obra del conde-duque sino de su tío DonBaltasar de Zúñiga, cuyos efectos se vio obligado a gestionar. El punto de partida de nuestro análisis nos lo ofrece el encargo hecho a un jurista siciliano para que escribiera un tratado sobre la constancia y una vehemente declaración de intenciones expresada ante el Consejo de Estado y discutida el 27 de diciembre de 1622. Un documento inédito y muy interesante porque el 7 de octubre había fallecido Baltasar de Zúñiga y Don Gaspar de Guzmán estrenaba su privanza.
Los dos temas son importantes y están entrelazados
1)            Juan Bautista Lanario fue contratado para refutar las tesis de fray Juan de Santa María (Tratado de república) proponiéndole redactar un “working paper” que había de ser discutido entre los asesores del privado, es decir, dotar al grupo o facción de un conjunto de ideas que los distinguieran e identificaran con un proyecto diferente al representado por Zúñiga (pero no satisfizo al comitente y se publicó en 1628 en Nápoles bajo el título:Exemplar de la constante paciencia christiana y politica. All'illustriss. y excelentiss. señor Ramiro Felice de Guzman, duque de Medina de las Torres).
2)            Ante el Consejo de Estado Olivares reclamó una mayor sensibilidad a las demandas de los reinos, e incluso afirmó que para tomar decisiones en las provincias había que escuchar a sus naturales y contar con ellos para el gobierno.

No deja de ser llamativo el que en estos años no observemos ninguna medida centralizadora, que se nos hable de proyectos como la “unión de armas” que no se materializan pero que, en cambio, los consejos territoriales sufran interesantes reformas, que a la cabeza de los virreinatos se suceda un alto número de prelados, príncipes de sangre real y nobles naturales de las provincias. Todo lo cual merece interpretarse, pues sobre esto radica el debate existente en la Corte y sobre ello versa el debate del Consejo de Estado. Suele olvidarse que en el Corpus de Sangre el virrey asesinado por la muchedumbre fuera Don Dalmau de Queralt, marqués de Santa Coloma. Los catalanes se levantaron contra catalanes, esto pesó muy fuertemente en el desmoronamiento del sistema del conde duque tal como se refleja en la amarga contestación que en el Aristarco del padre Rioja, bibliotecario del valido, se hizo contra la Católica impugnación de Gaspar Sala cuyo trasfondo trataremos de ilustrar en esta intervención.